miércoles, 3 de marzo de 2010

35ª Entrada; Nunca me gusto el juego limpio

Hacia tiempo que no nos juntábamos todos los amigos, lo echaba de menos. 
Jose había elegido un restaurante brasileño junto al hotel colon. 
Casualmente la mayoría de las chicas llevábamos falda, aunque intuía que yo era la única que llevaba medias en lugar de pantys. 
Esperé a saludarte cuando todos estaban pendientes de saludar a los demás y te di un pequeño mando. 
Solo tenía tres botones: más, menos y un punto. 

-Lo hemos dejado, ¿recuerdas? Te deje porque Sandra comenzaba a sospechar y tú no te cortabas mucho. No pienso entrar en tu juego. 
-Entonces no lo uses.
Puse mi mejor sonrisa y seguí con los saludos. 

Él sabe que no me gusta jugar limpio. 

Pasamos al restaurante. 
No estaba nada mal, parecía que Jose por fin había acertado con un sitio. 
Había barra libre de primeros, con ensaladas y pastas y unos estupendos y descamisados camareros te traían la carne pinchada en espadas y con otra cortaban tiras en cada plato. 

Las chicas que se encargaban de las bebidas tampoco estaban mal, llevaban unas camisetas más parecidas a sujetadores que un bikini, y sabían preparar buenos margaritas. 
Menos mal que esa noche no iba a volver a casa. 
Nos sentaron en una mesa cerca del escenario donde un grupo de bailarines hacían capoeira. 
Era divertido. 

Nacho se sentaba enfrente, al lado de Sandra, como siempre. 
La mesa era lo suficientemente estrecha como para jugar sin zapatos. 
Mis delicadas medias de seda dejarían su huella y si realmente quería dejar el juego sólo tenia que poner alguna escusa tonta y cambiarse de sitio. 
No lo hizo. 

La primera vez que mi pie tocó su pierna dio un salto en la silla. Sandra le pregunto si pasaba algo y el dijo que solo le picaba la pierna. 
Seguí acariciándole mientras él me hacia gestos para que parase. 

Cuando yo pedía mi tercer margarita él pedía su quinto. Y con ese quinto margarita perdía parte de su autocontrol. Lo supe en cuanto note como algo dentro de mí se vibraba. 
Había activado el mando a distancia. 
Resultaba divertido, difícil y morboso. 

Pasados unos minutos tuve que retirarme al baño. 
Era increíble el alcance que podían tener estos chismes. 
Cuando terminé, me quité mi pequeña ropa interior y la metí en mi zapato. 
Volví a la mesa y me senté de nuevo en mi sitio. 
Me miró sonriendo. Había disfrutado y pensaba que había ganado la batalla. 
Se merecía su premio, así que con mi pie coloqué mi ropa interior algo mojada sobre sus piernas. 
La cara de pánico que puso en ese momento me hizo sentirme satisfecha. 
La cogió con rapidez y la guardó en su bolsillo. 

Cuando nos despedimos para marcharnos fue él el que espero a que todos estuviesen distraídos para despedirse de mí.
-Te espero en mi casa. Tengo que darte algo. 

Y claro que me lo daría. 
Me había portado muy mal. 
Merecía un castigo.

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