miércoles, 19 de mayo de 2010

63ª Entrada;


Me sentía triste.
Necesitaba sentir que alguien me quería y sabía que tú podías darme ese cariño, aunque no fueses la persona que realmente necesitaba que lo hiciera.
Quedamos en tu casa esa noche.
Nada más abrirme la puerta me abrazaste.
Besaste mis labios, y cerraste la puerta.
Fuimos directos a la habitación.
Comenzaste a desnudarme despacio, desabrochando cada botón, cada cremallera, cada cierre con cuidado y mimo, deslizando las prendas sobre mi cuerpo con delicadeza.
Tus manos acariciaron mi espalda.
Tus labios besaron mi cuello y mis hombros.
Tus manos recorrían la parte trasera de mi cuerpo, bajaron de la espalda hasta los muslos rozando mi piel, suaves, ligeras, como un soplo.
Tus besos recorrían la parte delantera de mi cuerpo.
Mis clavículas, mis pechos, mi vientre…
Tus caricias me hicieron sentirme querida.
Tus besos metieron calor en mi pecho.
Tus manos bajaron por mi entrepierna.
Jugaron con mi sexo, lentamente, recorriendo cada rincón, sin dejar nada libre.
Tu boca besaba la mía, dejando un sabor dulce.
Me posaste lentamente sobre la cama.
Fuiste preparando mi cuerpo poco a poco y con paciencia.
Cuando lo notaste listo entraste en el, sin premura, suave, delicado.
Me hiciste vibrar, me hiciste sudar, me hiciste sentir bien, sentirme exactamente como quería sentirme…querida.
Al acabar me tumbe sobre tu pecho desnudo, y lloré, pensando en la persona que amo, mientras tu acariciabas mi pelo.

domingo, 2 de mayo de 2010

58ª Entrada; Deseo medieval


Hacia un año que no nos veíamos, y sin duda este año te había sentado muy bien. Tu pelo había crecido y tus músculos habían ensanchado.
No pude saludarte antes de empezar el torneo.
Me senté en tus gradas, con mi vestido blanco, esperando que me vieses entre el público.
Cuando el Conde pidió que cada caballero escogiese una Dama y le pidiese una prenda ansié que vinieses a mí.
Y así lo hiciste. Una hermosa sonrisa iluminó tu rostro al encontrarme entre los asistentes.
Te ofrecí mi pañuelo como prenda y besaste mi mano al recogerlo.
El torneo fue tenso y reñido, y tú quedaste vencedor, superando a tus contrincantes en las pruebas, en la justa y el combate.
Al acabar el torneo subiste a las gradas, me tomaste en tus brazos y me subiste a tu caballo.
Salimos del recinto y te giraste hacía mí.
-¿Quieres venir conmigo?
-Será un placer.
Me abracé fuerte a tu cintura pegándome a tu espalda y el caballo voló hasta la cima de una montaña cercana.
Había un manzano donde amarraste al caballo.
Me cogiste por la cintura, apoye mis manos en tus hombros y me bajaste despacio de él.
Nuestras miradas se encontraron y mis labios me delataron al lanzarse sobre los tuyos.
Te fui desnudando poco a poco, quitándote la casaca que cubría tu cota de mallas, después desabrochando esta con cuidado y dejándola caer librando así a tu cuerpo de su enorme peso para poder despojarte de la camisa y las mayas.
Tú desabrochaste con paciencia mi corsé, dejando que mi pecho se ensanchase, y que resbalase el vestido suavemente hasta el suelo con tus calidas manos siguiendo su recorrido.
Mientras, las mías, tan gélidas como el hielo, se calentaban acariciando los músculos de tu cuerpo.
Pusiste la cobertura del caballo en el suelo y te tumbaste sobre ella.
Yo me puse a tu lado y comencé a masajearte la espalda liberando la tensión que había acumulado, y besando los lugares dañados en el combate para así aliviar el dolor.
Te giraste sobre la espalda y me dejaste ver de nuevo tu radiante pecho, que ansiaba el roce del mío.
Tus brazos me atraparon y me pegaron a ti.
Un beso, que nubló mi mente y corto mi respiración, nos fundió en uno.
Tus manos acariciaban mis senos, las mías acariciaban tu pecho.
Mi respiración se aceleraba al igual que los latidos de mi corazón. Tu miembro iba creciendo con cada uno de mis gemidos.
Tus labios recorrían mi torso y tus manos, como buenas expertas, jugaban con mi sexo.
Mis manos, algo menos expertas, jugaban con el tuyo.
Sentía como el calor se apoderaba de todo mi cuerpo, haciéndome sudar, entrecortando mi respiración, obligándome a gritar de puro placer.
Me sentía extrañamente eufórica, pero quería más. Y sabía que podías dármelo, y no quería esperar.
Me puse a horcajadas sobre ti, introduciendo tu pene despacio en mí.
Esta sensación me hizo estremecer y nuestros movimientos quedaron acompasados hasta llegar al éxtasis.
Nuestros cuerpos quedaron exhaustos, sobre aquel pedazo de tela, bajo la mirada de las estrellas, mientras tú seguías acariciándome suavemente.