lunes, 8 de febrero de 2010

17ª Entrada

Habían pasado un mes y tres días. 
Tuve un día especialmente malo en la tienda. Había tenido una discusión con un proveedor porque no nos había traído lo que le habíamos encargado y acabábamos de romper el contrato con él. 
Cada vez vendíamos menos. 

Al volver del tren estaba lloviendo, Resbalé en un charco y me torcí la muñeca. 
Me metí en la ducha nada más llegar, pero me sentía completamente desconsolada, sólo quería que alguien me abrazase, no quería nada más. 
Salí a por sus flores y las coloque sobre la mesa. 
Sabía que desde fuera se veía esa mesa y deje la puerta entornada. 
Tardó mucho menos tiempo del que esperaba en llamar a la puerta. 
-Puedes entrar. 
Yo estaba poniéndome una venda en la muñeca. -¿Qué ha pasado? –Me quitó la venda de la mano sana y comenzó a ponérmela. 
-Solo ha sido una caída, no es nada serio. 
Estuvimos callados hasta que terminó de vendarme. 
Guardé todo lo del botiquín en su sitio y me acerqué a él. No podía seguir allí tan separada, me pegue a su pecho para que me abrazase, y lo hizo. 
Fue como volver a casa después de un tiempo fuera. 
Era reconfortante.
 
Besé su pecho y al mirarnos nos fundimos en un beso lento y ansioso, hacía mucho tiempo que nuestros labios no tocaban los del otro. Nuestras manos deseaban volver a sentir el tacto del otro. 
Echaba de menos su olor. 
Echaba de menos su risa. 
Echaba de menos su calor. 

Le noté indeciso pero a mi me daba igual. 
Le quité la camisa y pegué mi rostro a su pecho. 
Su corazón latía con fuerza. 
Mis manos agarraron su espalda con fuerza.
Sin ningún esfuerzo me alzó. Y sin apartar sus labios de mí me llevó al dormitorio. 
Conocía bien el camino. 
Todo estaba de más, la ropa, las sábanas, todo... 
Sólo quería recorrer cada rincón de su cuerpo. 
Mi piel pedía que sus manos volviesen a tocarla. 
Sus labios creaban pequeñas corrientes eléctricas cada vez que se juntaban a alguna parte de mi cuerpo. 
Queríamos todo. 
Queríamos estar dentro del otro y que el otro estuviese dentro nuestro. 
Cada pedazo de él me sabía a hogar. Era como volver al sitio al que perteneces. Y yo le pertenecía. 
Conocía todo de ese cuerpo, sabía lo que le gustaba y lo que no. 
Y teníamos todo el tiempo que quisiesemos para disfrutarlo. 

La cama parecía pequeña. 
No recuerdo como acabamos en el suelo. 
Mi respiración era entrecortada, agitada. 
Mi cuerpo tenía todos sus sentidos agudizados, cada roce, casa brisa la notaba intensificada. 
Me gustaba y a él, era más que obvio. 
Le acaricié. Le besé. Le lamí. 
Él sabía lo que debía hacer, y me complació. 
Yo también le complací. 
Pasamos unos días sudorosos, hambrientos de placer, complaciéndonos, disfrutando y dejando que lo malo se fuese. Olvidando lo que pasaba fuera.
Sabíamos que habría que volver, pero no este fin de semana. 

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