domingo, 7 de febrero de 2010

16ª Entrada; Juego sucio.


Ni si quiera necesitaste veme. Sólo con oír mis pasos sabías que hoy tendrías una mala noche. Me gusta pisar fuerte, marcando mis pasos, me hace sentir segura. Pero eran especialmente marcados.
Tampoco necesitaste que me quitase el abrigo para saber que de debajo llevaba el corpiño rojo que me regalaste.
Un simple vistazo y lo sabías. Mis brillantes tacones negros de aguja. Unos vaqueros que parecían pintados sobre mis piernas. No los conocías, eran nuevos, y no te gustaba como te hacían sentir. Sabías perfectamente que esa ropa me quedaría perfecta con tu brillante corpiño.
Me estabais esperando. También sabias que llegaría la última.

Entramos al lugar. Era bastante común a pesar de estar decorado en negros y rojos. Las paredes estaban cubiertas con unas telas de terciopelo rojo. Los sillones eran de terciopelo negro. Demasiado terciopelo. El techo y el suelo eran negros. Y todo estaba iluminado con unas lámparas araña de velas. No era mi sitio preferido, pero ellos querían conocer algo de este mundo, sabía que algunos se asustarían si les llevaba a un buen sitio, así que les lleve al más vulgar. A veces lo vulgar tiene su encanto.
No era tu primera vez, pero tenías que simular que si lo era. Ninguno de ellos sabía que a veces te gustaba acompañarme.
Nunca habías estado aquí, así que nadie te reconocería. Tuve cuidado de no descubrirte, en ese caso se habrían perdido nuestras salidas.

Nada más entrar supe que a esta gente no le gustaba, sólo una de las chicas sintió curiosidad y se atrevió a preguntar por algunas cosas. Ella siempre fue la más atrevida. ¿La seguiría su novio en el juego? Interesante.
Dejamos los abrigos en el ropero.
Me encantó ver tu cara cuando confirmaste tus sospechas. Llevaba el brillante corpiño rojo. También llevaba el colgante que me regalaste, una rosa negra con piedras rojas que simulaban gotas de rocío. Colgaban de la rosa más piedras rojas, de unos hilos transparentes, de modo que sobre mi seno se posaban más gotas de ese rojo rocío. No te acordabas de el, fue lo primero que me regalaste en nuestras salidas y hacía mucho tiempo que no me lo ponía.
Yo sabía que estaba jugando sucio, pero ¿Quién no lo hace en este mundo?
Llamaba bastante la atención.
Con aquel recogido se veía mi cuello blanco, solamente cortado por tu colgante. Y resaltando el busto por el rojo.
El lazo negro del corpiño colgaba desde el final de mi espalda hasta casi mis rodillas.
Atraía las miradas.

Me encantaba mirarte, los demás no podían saberlo, pero estabas a punto de morder. Lo noté en tu mirada, en la forma en que desapareció tu sonrisa y en el modo que cogiste a tu novia por la cintura, tan fuerte que ella protesto. Un relámpago cruzó tu mirada, sabías que yo no habría protestado.
Estabas deseando salir de allí, pero no ibas ha hacerlo dejándome allí sin saber que estaría haciendo.

Busqué un sitio donde pudieseis sentaros y observar, donde no se viese nada muy subido de tono, no quería que os marchaseis. No era eso lo que te tenía preparado.
Tras estar un rato con vosotros y hacer que bebieseis unas cuantas copas para que no pudieseis volver a casa de momento, me acerque a la barra con el pretexto de que conocía a una de esas chicas. Era mentira.
Me acerque ha hablar con ella. Sólo tú me mirabas, los demás ya se habían olvidado de donde estábamos y estaban entretenidos en sus conversaciones rutinarias.
Entonces me acerque más a la chica y la besé. Ella me siguió el juego.
No podías quitarme los ojos de encima, pero no debía notarse. Tu novia no podía ver esa reacción tan absurda. Esos celos que estabas sintiendo.
La chica y yo nos fuimos a un rincón más oscuro aún.
De nuevo sólo tú nos seguiste con la mirada. A mi acompañante le hacia gracia la forma en que estaba jugando contigo. Por eso me llevó a un rincón donde nos pudieses observar desde tu asiento junto a tu novia pero la poca luz no te permitiese ver lo que hacíamos. Era divertido para nosotras. Además esa chica sabía muy bien lo que hacía.

Estuvimos allí un rato. Hasta que una hora más tarde llegó el acompañante de la chica y esta me dijo que tenía que irse.
Antes de que ella se marchará yo fui al baño, así no pensarías que ella me dejaba.
Por supuesto, me seguiste.
Entraste hecho una furia.
Tus ojos ardían.
No te gustaba estar allí sin poder tocarme y viendo como otros lo hacían.
En mi opinión te gustaba demasiado ver y no poder.
No discutí contigo, no era lo que buscaba.
Y tú sabias que no querías discutir, sólo era la formar de sentirte menos frustrado por no poder hacer lo que tanto ansiabas.
Me empujaste dentro del retrete y echaste el pestillo.
Me sujetaste con firmeza.
Cuando me diste la vuelta vi que ardías.
Estabas deseando que pasase.
Pero hoy era yo la que dominaba el juego. Y tendrías que irte a casa sin probar si quiera mis labios.
Tenías que aprender que podías tenerme por completo si querías, pero no estando tu novia de por medio.
No podías exigirme que no contase contigo en mis juegos cuando tú lo hacías mientras estabas con ella.
La resignación es un sentimiento odioso.
Sabía lo que ibas a escoger, pero no hoy.
Hoy dejarías a tu novia en su casa y te irías a la tuya sólo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario