miércoles, 27 de enero de 2010

After Dark.1

Salté por su ventana.
Tenía un olor peculiar. 
Olía a sol, o al menos olía a como debería oler el sol. 
Para mi sorpresa, ella era pálida, casi tan pálida como yo. 
 Parecía una muñeca de porcelana, tan frágil, tan blanca. 
Estaba escuchando el latido de su corazón cuando algo llamó mi atención. 
Una fotografía. 
En la pared que había frente a su cama estaba colgada una de mis fotografías preferidas. Una fotografía de Piotr Powietrzynski. 
Eso despertó mi curiosidad, ¿de dónde había sacado aquella chica esa imagen? 
Busqué por su casa hasta que dí con un pequeño libro, After Dark. 
Mi curiosidad fue en aumento. El título del libro no era muy prometedor, ¿tendría alguna relación con la portada? 
Leí aquel libro, me gustó. 
La curiosidad por la chica aumento, de modo que revise su portátil, había muchos escritos. 
Tenía una mente muy contradictoria, parecía que estuviese en una lucha constante entre sus deseos y su educación. 
En uno de esos escritos hablaba de nosotros, parecía que tenía curiosidad por como somos, por como vivimos. 
Ya que esa chica me había dado de forma subconsciente algo diferente, me prometí que le respondería sus preguntas esa noche. 

Acaricié suavemente su hombro descubierto. 
Ella despertó. 
Me miro tranquila y sonrió. 
Parecía como si llevase un tiempo esperándome. 
 -¿No tienes miedo?- Negó levemente. 
-¿Sabes qué soy?- Asintió. 
Pensé que sería una de esas chicas que están esperando a que alguien las transforme para ser inmortales y superiores al resto. 
-¿Quieres ser como yo?- Volvió a negar. 
Eso me sorprendió. 
Entonces pensé que quizás sólo fuese una suicida buscando una muerte romántica. 
-¿Quieres morir?- Volvió a negar. 
-¿Qué quieres? 
-No lo sé. No sé lo que quiero, sólo conozco lo que tengo. 

Era una chica realmente extraña, tanto su olor, sus escritos como su forma de pensar eran diferentes a lo que conocía. 
Le dí las respuestas a todo lo que me preguntó.
Incluso la cogí en brazos y le mostré mi velocidad. 
No sé si disfrutaba con cada segundo que vivió conmigo. Sólo sé que lo guardó en su mente como un tesoro, escuchó, observó y sintió todo de una forma tan apasionada que una parte de mí sintió lo mismo que ella, como si todo fuese nuevo otra vez. 
Al final de la noche la dejé en su cama. 
Ella me pidió que al marcharme dejase el gas de la cocina encendido para que su familia pensase que había sido un error suyo, que no pasasen su vida preguntándose quién la había matado. 
Su sangre ardía. Realmente era sol líquido. Un sol oscuro, caliente. Un sol que se apagaba por momentos. 
No quise matarla. 
La dejé en su cama. 
En un par de días estaría repuesta. 

 Cuando volví para verla sólo había una nota; “Gracias.” 
Nunca más volví a verla, sabía que estaba en su casa, con su familia, pero si volvía a verla la ataría a mi condena. 
No quería ser ese monstruo para ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario